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Κίνα και ΗΠΑ: το παιχνίδι συνεχίζεται

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En su nuevo pulso con China, el próximo presidente estadounidense, Donald Trump, se encontrará a un país con una economía debilitada pero más cómodo en el mundo y con los deberes cumplidos. En las cancillerías pequinesas se rumoreaba durante su anterior mandato que aquel tipo atrabiliario y ajeno al protocolo desconcertaba a la diplomacia china. . En los últimos meses ha fortalecido Pekín sus amistades y mitigado discordias, aprobado leyes para agilizar los contrataques comerciales, acelerado la autosuficiencia tecnológica, diversificado el destino de sus exportaciones y apartado partidas millonarias para que el autoconsumo mitigue el daño de los aranceles a las exportaciones.

 Un vistazo al pasado ayuda a perfilar el futuro. Washington y Pekín disfrutaron de unos años armoniosos, con aquella cena presidencial en Mar-a-Lago como cénit, hasta que las denuncias sobre el robo chino de propiedad industrial y otras trapacerías desembocaron en una guerra arancelaria. No fue un diente por diente, como la describía tercamente la prensa, sino que iba a remolque Pekín usando la imprescindible fuerza para que el mundo no la percibiera acobardada Concluyó en enero de 2020 tras una docena de rondas de negociación con un acuerdo por el que China se comprometía a comprar 200.000 millones de dólares de productos estadounidenses para mitigar el desequilibrio comercial. Lo impidió la misma pandemia que precipitó el adiós de Trump tras su gestión criminal. Así quedó el partido que se reanudará en enero.

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Gabinete de halcones

Vienen años levantiscos. No atenuará Trump su política más populista cuando los estadounidenses con sentimientos negativos hacia China han subido en pocos años del 30% al 70 %. Su gabinete junta a halcones recalcitrantes en puestos clave como Pete Hegseth, secretario de Defensa, o Mike Waltz, consejero de Seguridad. Marco Rubio, secretario de Estado, ha sido sancionado dos veces por Pekín.

 En ese contexto ha intensificado China su cortejo global. Hay escasos precedentes de una maratón diplomática como la de su presidente, Xi Jinping, esta semana en Perú y Brasil. Es sintomático que acudiera a esta edición del G-20 tras haberse ausentado de la anterior. En la primera foto de familia ocupó el centro de la escena junto a su homólogo brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva. Asuntos “logísticos” habían impedido la puntualidad de Joe Biden y la foto hubo de repetirse el día siguiente pero la primera ya había circulado como un presagio de lo que se avecina.

En las cumbres y en las reuniones bilaterales, una quincena según el recuento de la prensa oficial, Xi repitió que China es la alternativa segura y fiable, un paladín del libre comercio y la globalización, frente al proteccionismo y la incertidumbre de Trump. Fuentes diplomáticas describen el giro chino en las cumbres internacionales, más protagonista que tímida y enfatizando las inquietudes globales sobre las propias. Es el papel que la tradición le otorgaba a Estados Unidos.

En Oriente Próximo

Está ahora China más desacomplejada en el mundo e implicada en su gobernanza. No son escasos sus logros en el polvorín de Oriente Medio. Arrastró a la mesa de negociaciones a dos tercos rivales, Irán y Arabia Saudí , y consiguió que todas las facciones palestinas firmaran un acuerdo para la reconstrucción. Le ayuda su músculo comercial porque no parece una buena idea desairar a tu principal socio.

 China ha fortalecido los BRICS, que suma ya el 35 % de la economía mundial, y la Organización de Cooperación de Shanghái, contrapesos a la arquitectura hegemónica occidental y en parecidos procesos expansivos. Representantes de una sesentena de países acudieron a la última cumbre de los BRICS junto a los cinco miembros originales. Arabia Saudí, Egipto, Irán, Etiopía y los Emiratos Árabes han ingresado ya y solo la llegada al poder de Javier Milei ha dejado fuera a Argentina.

Conviene afianzar las amistades tanto como aligerar el saco de conflictos. Con India acordó en septiembre la retirada de tropas de la frontera tras cuatro años de tensiones y decenas de muertos, un requisito de Nueva Delhi para recuperar la sintonía. Un mes más tarde levantó la prohibición al pescado y marisco de Japón que le había impuesto por el vertido de agua de Fukushima al Pacífico. La reciente visita a Australia del primer ministro, Li Qiang, certificó la renovada salud de las relaciones tras el convulso mandato conservador. Y con Europa ha rebajado el tono incluso con la guerra de Ucrania y los aranceles de por medio. Otros asuntos lastran su mensaje, como cierto matonismo en los pleitos territoriales en el Mar del Sur de China o las barreras de acceso a su mercado interno que persisten por más que prometa lo contrario.

Crecimiento ralentizado

Rozaba el 7 % de crecimiento anual la economía china cuando Trump ganó sus primeras elecciones y este año alcanzará el 5 % con suerte. Desde entonces se han amontonado las malas noticias. Nunca llegó el rebote postpandémico, se ha derrumbado el sector inmobiliario que aportaba un cuarto del PIB nacional y una exagerada sensación de crisis ha embridado el autoconsumo. Trump aplicó entonces aranceles que oscilaban entre el 7 y el 25 % a los productos chinos y ahora promete un 60 % para todos. Es una pregunta legítima: ¿resistirá esta China una guerra abierta contra la primera economía mundial, más madura y dinámica?

 “Sin duda, China está mejor preparada ahora. En el mandato anterior no sabían como responder. Ahora saben dónde dirigir sus aranceles de represalia (por ejemplo, a los ganaderos estadounidenses), han diversificado su comercio internacional (a pesar de que también ha aumentado con Estados Unidos), y han tomado otras medidas para reducir su vulnerabilidad (como la producción local de semiconductores). También han utilizado la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda y otras asociaciones con países descontentos con el dominio estadounidense”, señala Anthony Saich, sinólogo de la Harvard Kennedy School.

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Estímulo fiscal

China aprobó su esperado estímulo fiscal de 10 billones de yuanes (1,3 billones de euros) en noviembre. Esperó al resultado de las elecciones estadounidenses y es seguro que lo ajustó al alza tras la victoria de Trump. Es un ejemplo de su influencia en las políticas económicas chinas. Sus ataques a tecnológicas como Huawei o ZTE convencieron a Pekín de que urgía la autosuficiencia. Ocho años atrás contaba China con cuatro proyectos gubernamentales para sustituir el ‘hardware’ y ‘software’ extranjeros con tecnología nacional; ahora son 169.

 Los aranceles son, avanzan los analistas, una base de negociación sobre la que Trump negociará beneficios a cambio de rebajas. “China tiene que estar preparada para una negociación muy dura. Trump quiere un buen acuerdo y apretará todo lo que pueda”, avanzaba Wu Xinbo, decano de la Universidad de Fudan, en una charla reciente. A China no le faltan armas contra Estados Unidos. Podría castigar a las multinacionales que cuadran sus balances anuales con el mercado chino, devaluar el yuan, desprenderse de los bonos del tesoro estadounidense, cortar las exportaciones de minerales raros o profundizar su comercio con otras regiones.

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 Es previsible una negociación razonable. Si todo se tuerce, China y Estados Unidos saldrán seriamente dañados. Ese mensaje, junto al de un horizonte luminoso de cooperación,. Pero Washington descartó años atrás la idea de un progreso en común y republicanos y demócratas han rivalizado desde entonces en embarrarle el camino a China. Engrandecer América de nuevo pasa ineludiblemente, según la doctrina trumpista, por empequeñecer a China.

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