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Ποιος είναι ο Χέρμπερτ Κικλ, ο υποψήφιος πρωθυπουργός της Αυστρίας που θέλει να γίνει «καγκελάριος του λαού», όπως ο Χίτλερ;

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Herbert Kickl, durante décadas una especie de cerebro a la sombra del ultranacionalismo austriaco, acaba de colocar por primera vez al Partido Liberal (FPÖ) en la cúpula del poder en Austria. Completa así la vía iniciada en 1986 por el carismático Jörg Haider y que, tras sucesivas etapas como socio en Ejecutivos conservadores, tiene firmes opciones a ocupar la jefatura de su Gobierno.

Su aspecto tranquilo y talante aparentemente poco mediático le situarían en las antípodas del vibrante Haider. Quiere ser el ‘canciller del pueblo’, término que remite a tiempos de Adolf Hitler. Las urnas le han dado 28,8% de los votos, con el 98 % escrutado, unos 11 puntos más que el Partido Popular (ÖVP) del canciller Karl Nehammer. Como líder del partido, Kickl saboreó ya un primer éxito en las pasadas elecciones europeas, ya que fue la fuerza más votada.

Ha logrado en unos cuatro años, desde el derrumbe de la última coalición entre ÖVP y FPÖ que lideró Sebastian Kurz, revitalizar un partido que exhibe sin tapujos su retórica xenófoba, negacionista del cambio climático y antivacunas, tan enemigo del asilo como del colectivo LGTBI.

Lo hace desde el corazón de una democracia europea avanzada y en un país próspero al que se diría no le falta nada, pero que pronto asiste sorprendido a la recesión económica y la inflación. Es una sociedad en la que ha cuajado la consigna del ‘Austria primero‘ y el anhelo de cerrar fronteras. Son los dos paradigmas que personifican ahora Kickl, aunque en realidad siempre estuvieron muy presentes en el país alpino. Su ideario respecto a los extranjeros no difiere mucho del neonazismo, pero lo ofrece envuelto en retórica moderna y una supuesta defensa de las libertades individuales europeas frente a ‚invasiones‘ foráneas.

Bastión: redes sociales

El fuerte de Kickl, de 55 años, no está en los mítines o en los debates entre candidatos. Ha aprendido, en cambio, a manejarse con soltura en redes sociales o el canal FPÖ-TV. Sus intervenciones y mensajes más destacados alcanzan en las plataformas de su partido una audiencia estimada 200.000 seguidores, en un país con 6,3 millones de electores. Es un efecto multiplicador que difícilmente lograría con actos convencionales de campaña.

Nada le garantiza el ascenso al poder, ni siquiera la primera posición. Su rival directo es el conservador Nehammer, su único socio posible por el rechazo del resto de formaciones, aunque en campaña el canciller ha descartado que pueda asociarse a un gobierno si su líder es Kickl.

El FPÖ tiene, en cambio, el apoyo de los Identitarios austriacos, un recalcitrante movimiento etno-nacionalista que propugna la llamada ‘remigración’, para referirse a la expulsión de millones de extranjeros en aras de la homogeneidad étnica. Forma familia política con los Patriotas por Europa, el grupo de la Eurocámara encabezado por el ultranacionalista húngaro Víktor Orbán, con la francesa Marine Le Pen y el español Santiago Abascal, líder de Vox, entre sus miembros.

El cargo por el que se dio a conocer fue el de ministro de Interior de la coalición de Sebastian Kurz. Esta alianza acabó llevándose por delante el escándalo del “caso Ibiza”, desatado a raíz de un vídeo en que aparecía el entonces vicecanciller y líder del FPÖ, Hans-Christian Strache, en camiseta y entre copas de alcohol aceptando, a cambio de contratas públicas, apoyos electorales de una mujer que se hacía pasar por sobrina de un oligarca ruso. Desvelado por el semanario alemán ‘Der Spiegel’ en 2019, las imágenes se remontaban a 2017 y afectaban a donativos en campaña y al gobierno.

La encerrona precipitó investigaciones y dimisiones en cascada. El FPÖ se hundió a mínimos. Tomó las riendas su segundo tras Strache, Norbert Hofer. Pero el ganador de la partida fue Kickl, quien tras una batalla interna pasó a asumir su liderazgo.

Este hijo de una familia de clase trabajadora, que cursó estudios universitarios pero no llegó a completarlos, se puso así al frente del partido en que ingresó en 1995 y en el fue escalando posiciones discretamente. El FPÖ había sido fundado por nazis austríacos, diez años después de la Capitulación del Tercer Reich y en el país natal de Adolf Hitler. Para muchos ciudadanos, su figura de referencia seguía siendo Haider, muerto en 2008 al estrellarse en su coche, al filo de la medianoche y bajo los efectos del alcohol.

El partido había logrado bajo ese líder entrar en su primer gobierno, pero luego se enredó en trifulcas internas. Parecía haberse reencontrado con su electorado bajo Strache, hasta que la grabación en la villa alquilada ibicenca volvió a hundirle.

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Kickl es el rostro actualizado de un partido que, para la familia ultraderechista europea, representó la primera resistencia frente al boicot impuesto desde la Unión Europea en la década de los 80, en un intento por aislarlo. Ahora su apuesta no es ya ser aceptado como socio, sino liderar el siguiente gobierno de Viena. Se sumaría así al cada vez más extenso bloque de los prorrusos en la UE, como Orbán, aunque desde su condición de país neutral y no integrado en la OTAN.

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