
Unos 59,2 millones de alemanes están convocados a las urnas este domingo para unas elecciones generales predestinadas a marcar un cambio de paradigma a escala nacional y a sacudir el tablero europeo. El vencedor será, previsiblemente, Friedrich Merz, el derechista al que Angela Merkel quiso apartar de la familia conservadora alemana hace más de 20 años. Y, por primera vez en la historia de la República Federal de Alemania (RFA), un partido vinculado al neonazismo, Alternativa para Alemania (AfD), se alzará como segunda fuerza en un Parlamento (Bundestag) integrado por 630 diputados. Un cóctel explosivo para la primera economía europea, que cayó en recesión y que se sabe traicionada por su puntal transatlántico, Estados Unidos, que con Donald Trump ha lanzado una andanada antialemana y antieuropea que ni los más pesimistas consideraban posible.
Ha sido una campaña corta, precipitada por el hundimiento de la coalición de Olaf Scholz. Se ha visto salpicada por una serie de ataques cometidos por refugiados, algunos de trasfondo político, otros por trastornos mentales. El último de ellos fue el viernes, en el monumento del Holocausto de Berlín que recuerda a los seis millones de judíos asesinados por el nazismo. Un sirio de 19 años se lanzó con un cuchillo contra un turista bilbaíno de 30 años, que quedó herido de gravedad. Su intención era ‘matar judíos’. Sacudió así la recta final de la campaña, en un país donde no hay jornada de reflexión y donde este sábado seguían los líderes pidiendo el voto al ciudadano.
A la socialdemocracia de Scholz le reservan los sondeos el tercer puesto. Todo parece orquestado para regresar al esquema de la ‘groko‘, como se apoda en Alemania a una gran coalición entre las dos grandes formaciones. En rigor, el término acuñado por tres de las cuatro legislaturas de Merkel en ese formato ya no es vigente. La Unión Cristianodemócrata (CDU) y su hermanada Unión Socialcristiana (CSU), el bloque de Merz, tendrá según los sondeos un 30% de los votos y aproximadamente 220 escaños. Está descartada, hasta donde permiten creer las promesas preelectorales del líder conservador, una coalición o cualquier mayoría apuntalada en el 20% que se atribuye a la AfD. Pero no se puede dar por seguro que el 15% que se adjudica al SPD de Scholz le garantice a Merz la gobernabilidad. Un punto por debajo de lo previsto abocaría a Merz a buscarse un tercer socio. O a gobernar en minoría ‘bajo tolerancia’ de un tercero, algo inédito en el Bundestag e implanteable, según Merz, en unos momentos de presión casi insostenible por el avance ultra alemán y la llamada internacional trumpista.
Alice Weidel, la candidata de la AfD, está descartada como aliada política, pero ha alcanzado una dimensión que tal vez ni ella imaginó. En la recta final de la campaña, ha contado con el apoyo explícito del equipo de Trump. Es la líder respaldada por Elon Musk y por el propio presidente, como representante de dos corrientes peligrosas para Alemania: su partido es, además de euroescéptico, tan trumpista como afín a los intereses del Kremlin. La diferencia respecto al conjunto del espectro ultra europeo es que es mucho más tóxica y extremista que el resto. En el país del que partió el Holocausto, ello debería ser disuasorio para el elector medio. En lugar de eso, ha disparado sus expectativas de voto con tergiversaciones históricas y promesas irrealizables. Entre ellas, la de impulsar deportaciones masivas en un país donde uno de cada cuatro ciudadanos tiene raíces no alemanas y donde la industria estima que precisaría 400.000 trabajadores extranjeros al año para paliar la falta de personal.
Habeck, la esperanza o la gran decepción verde
Merz y, sobre todo, sus socios bávaros han invertido parte de su campaña en ridiculizar al candidato de los Verdes, Robert Habeck. Le califican del peor ministro de Economía que ha tenido la RFA en tanto que rostro visible de la recesión que atraviesa Alemania desde 2023. La crisis energética precipitada por la guerra de Ucrania complicó sus planes de impulsar las renovables e hizo que se cuestionara el apagón nuclear que, pese a todo, logró zanjar. A los ataques derechistas se suma el descrédito de los Verdes entre el voto joven, derivado del apostolado de Habeck a favor de Israel, acorde con línea alemana por responsabilidad histórica, pero que le convierte en ‘no votable’ para quienes asisten al horror de Gaza. Pese a todo, el 12,7% que le atribuyen los sondeos podría convertirle en la clave de la gobernabilidad para Merz, sea porque precisa un tercer socio o para tener una opción de alianza que no sea la ‘groko’.
Los sondeos están más o menos estabilizados en lo que respecta a los partidos grandes, pero en las últimas semanas se movieron piezas entre los que no tienen asegurados los escaños. El Parlamento dejará atrás la larga etapa hipertrofiada, con 730 escaños en esta pasada legislatura, para reducirse a 630 en virtud de una reforma que complica las cosas a los partidos pequeños.
La Izquierda de Gregor Gysi, fusión del poscomunistmo y la disidencia socialdemócrata de Oskar Lafontaine, parecía destinada a morir por el empuje de la escisión prorrusa capitaneada por Sahra Wagenknecht, BSW. De pronto el partido de Wagenknecht, esposa de Lafontaine, se comporta como un ‘souflé’, mientras que el de Gysi, Die Linke, ha remontado al 7%. Las propuestas antiasilo de BSW la acercaban a Weidel, a lo que siguió el voto cómplice de la BSW al proyecto migratorio que Merz trató de elevar a ley con el apoyo ultra. El proyecto de ley se estrelló por distintos flancos, mientras que La Izquierda se reivindicó como brazo parlamentario del ‘Brandmauer’, el cortafuegos o cordón sanitario contra los ultras.
Posible entierro liberal
Asimismo en la cuerda floja, por debajo del 5%, está el Partido Liberal (FDP) del exministro de Finanzas, Christian Lindner. A los liberales se les responsabiliza del hundimiento del tripartito de Scholz. Se comportaron como un mal socio desde el minuto uno de la coalición con socialdemócratas y verdes con su obsesivo respaldo del freno a la deuda, instrumento constitucional que limita el endeudamiento. De haber sido durante décadas el partido bisagra por excelencia y el aliado natural de los conservadores han pasado a verse repudiados por Merz, que también quiere liberar a la economía alemana del freno a la deuda. A no ser, claro está, que finalmente entren y se les necesite para una constelación no contemplada en los pronósticos actuales.