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25 χρόνια Πούτιν στην εξουσία στη Ρωσία: ίδιοι στόχοι, αλλά μεγαλύτερη παράνοια κατά της Δύσης

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Cogió a todo el mundo a contrapié, obligando a muchos corresponsales a regresar a toda prisa a Moscú y a celebrar en aviones y aeropuertos la entrada en el nuevo milenio. El 31 de diciembre de 1999, el presidente Boris Yeltsin se dirigió por televisión a sus conciudadanos, no para felicitarles la efemérides, sino para anunciarles su renuncia al cargo, medio año antes de las previstas elecciones presidenciales en las que debía ser elegido su sucesor. “Me marcho antes del plazo establecido… Rusia debe entrar en el nuevo milenio con nuevos políticos, nuevos rostros, con gente nueva, inteligente, fuerte y enérgica”, proclamó el exmandatario, fallecido hace cerca de dos décadas.

Nadie que hubiera seguido los dramáticos acontecimientos de los meses previos en el gigante euroasiático ponía en duda de a quién se estaba refiriendo el entonces presidente ruso cuando hablaba en semejantes términos en su discurso de despedida del Kremlin. Se trataba de Vladímir Vladimírovich Putin, un exagente del KGB de 47 años destacado en Alemania Oriental durante la Guerra Fría, nombrado primer ministro tan solo en agosto anterior. Un auténtico desconocido de la ciudadanía que, como únicas credenciales de gestión, exhibía el periodo de un año en el que estuvo al frente del Servicio Federal de Seguridad (FSB), una de las ramas de la todopoderosa agencia de inteligencia para la que había trabajado durante su juventud.

Y es que a esas alturas de 1999, Putin se había erigido en el vencedor de una descarnada pugna política que había tenido lugar entre bastidores dentro de la élite rusa, con una primera opción representada por él y su entorno exagentes del FSB venido de San Petersburgo, y una segunda posibilidad encabezada por el popular exprimer ministro Yevgueni Primakov. En el enloquecido periodo que transcurrió entre el verano y el último día de ese trascendental año, Rusia fue de sobresalto en sobresalto, padeciendo desde mortíferos y extraños atentados destinados a causar el mayor número posible de víctimas civiles, a ver como su Ejército se embarcaba en una nueva guerra en Chechenia, pasando por contemplar en televisión y en horario de ‘prime time’, al entonces fiscal general Yuri Skurátov en una orgía en la cama con dos prostitutas.

Trámite electoral

Los resultados de elecciones legislativas celebradas en diciembre habían colocado en segunda posición a su partido Edintsvo (Unidad, embrión de la actual formación oficiosa Rusia Unida), creado a toda prisa en pocos meses. Y nada ni nadie se anteponía ya en el camino de Putin hacia lo más alto, convirtiendo a la pendiente consulta presidencial, que acabó siendo adelantada a marzo, en un mero trámite. Con tal celeridad había cambiado de manos el poder en Rusia que el propio Putin se permitió ni siquiera coger el teléfono a su antecesor en el cargo cuando este le llamó para felicitarle la victoria electoral en la primavera, según se confirma en el documental ‘Los testigos de Putin’, elaborado por el documentalista Vitali Mansky a partir de imágenes obtenidas durante su primer año de mandato.

Ha transcurrido un cuarto de siglo de todo aquello; dos décadas y media marcadas por guerras como las de Chechenia (1999-2009), Georgia (2008), Siria (2015- actualidad) o Ucrania (2022-actualidad), por un creciente enfrentamiento con Occidente hasta desembocar en el antagonismo total, y una creciente represión política en el interior de Rusia que acabó por convertirse en feroz en los años previos a la invasión del país vecino. Echando la vista atrás, la pregunta que surge abrumadoramente entre los analistas y observadores es si ese Putin aún algo titubeante aún ante las cámaras, que llegó al poder de forma meteórica con el cambio de siglo es el mismo que ha puesto patas arriba la arquitectura de seguridad en Europa, atacando militarmente por vez primera después de la segunda guerra mundial a un país soberano en el Viejo Continente.

“Sus premisas son las mismas que entonces, una obsesión por el control en el interior del país, algo en lo que ha tenido éxito, y un ansia de restaurar el lugar que según su visión, corresponde a Rusia en el mundo, siendo respetada e incluso temida, punto en el que no ha logrado todos sus objetivos, pero está en ello”, responde a EL PERIÓDICO Nicolás de Pedro, investigador de The Institute for Statecraft y experto en el espacio postsoviético.

De acuerdo con este académico, el resentimiento contra Occidente estuvo siempre “muy arraigado” en la élite del país que se formó tras su llegada al poder, tanto en el presidente como en los miembros de su entorno, al haber sufrido la humillación de “la desmembración de la Unión Soviética” y del “colapso del imperio soviético”. Pero la “paranoia” antioccidental se ha ido radicalizando con los años, convirtiendo con el paso de los años cualquier acontecimiento en “producto de una conspiración” de la UE y EEUU contra su régimen, considera de Pedro.

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Otro de los elementos que, según su opinión, ha empoderado a Putin y le ha colocado en la posición actual ha sido la titubeante e incoherente reacción de Occidente a cada golpe que protagonizaba Rusia. Putin ve a Washington y a Bruselas “como una piña de la que obtiene algo cada vez que golpea: tras la guerra de Georgia, vino el ‘reset'” (rebobinamiento de las relaciones) impulsado por el presidente de EEUU Barack Obama, “tras la anexión de Crimea vino la construcción del Nord Stream-2”, el gasoducto que une Alemania con Rusia, concluye.

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