Γιατί η παλιά ήπειρος είναι τόσο σημαντική για τις ΗΠΑ; Αποσυναρμολόγηση του παρασιτικού μύθου της Ευρώπης του Trump

En los poco más de dos meses transcurridos desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, un aspecto ha quedado meridianamente claro: el menosprecio de la nueva Administración estadounidense hacia Europa en general y la Unión Europea en particular. Tanto el presidente como sus principales asesores no dejan de presentar al continente como un aliado parasitario que se “aprovecha” de la supuesta magnanimidad de Washington para no asumir sus obligaciones en Defensa o “estafar” a su aliado trasatlántico en la relación comercial. Ese desprecio se ha traducido en medidas concretas, como la decisión de excluir a Bruselas de las negociaciones sobre el futuro de Ucrania, el rechazo de Trump a reunirse con los líderes europeos o siquiera a reafirmar el compromiso con la defensa del continente. Una crisis sin precedentes en las ocho décadas de relación trasatlántica.
Europa no quiere la confrontación ni la ruptura. “Este no es momento para ir en solitario. Ni para Europa ni para Norteamérica”, dijo esta semana en Varsovia el secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, tras referirse a las amenazas para la seguridad global que nublan el horizonte. Bruselas ha optado por hacer propósito de enmienda, abriéndose a renegociar la relación comercial o aumentando el gasto militar de sus miembros, al tiempo que pone en marcha su rearme para reducir la dependencia de EEUU, como Washington lleva tiempo reclamando.
Pero apenas se ha esforzado en darle la vuelta al argumento para recordarle a la Administración Trump lo mucho que potencialmente se juega si ahonda en la ruptura para centrar su atención en China o alinearse con Rusia. Y es que su alianza con Europa no solo es vital para su economía. Lo es también para proyectar su poderío militar, mantener su influencia política o preservar su estatus menguante de potencia hegemónica en un mundo cada día más multipolar. “La supremacía global de EEUU se apoya en un elaborado sistema de alianzas y coaliciones que abarca literalmente el globo”, escribió hace casi dos décadas Zbigniew Brzezinski, uno de los grandes estadistas estadounidenses, asesor de varios presidentes. Un sistema que Trump está ahora dinamitando.
Valor geoestratégico
La importancia geoestratégica de Europa para Washington se deriva de su ubicación en la periferia occidental de Eurasia (Europa y Asia), la mayor masa continental del planeta, así como la más poblada y la más rica. Históricamente, quien ha controlado Eurasia ha dominado el mundo. Algo que EEUU ha hecho desde el final de la Segunda Guerra Mundial gracias al ‘vasallaje’ de tres de sus periferias: la europea, la asiática y la árabe. Una relación forjada mediante sus alianzas en el Pacífico con Japón, Corea o Filipinas y, en el Golfo Pérsico, con Arabia Saudí o Qatar. Esa constelación de satélites amigos –a menudo cimentada con paraguas militares– le han ayudado a contener a Rusia, China e Irán, al tiempo que facilitaban su dominio de los océanos.
“Si EEUU se separa de Europa en el ámbito político, económico o de defensa, se convertirá geopolíticamente en una isla alejada de las costas de Eurasia“, advirtió Henry Kissinger en su libro ‘Orden Mundial’. Una interpretación no muy distinta a la de Brzezinski, quien describió a Europa como “la cabeza de puente democrática” y “esencial” para EEUU en Eurasia. “La primacía global de América depende directamente del tiempo y el grado de efectividad con que sea capaz de mantener su preponderancia en el continente euroasiático”. El corolario le ha dado la razón. La ascendencia china ha tomado cuerpo a medida que aumentaba su penetración en Asia, Europa y África con el comercio como divisa.
Trump no solo está ignorando esas consideraciones. Tiende a pintar a la OTAN como una alianza para beneficio exclusivo de los europeos. Y en febrero, su secretario de Defensa, Pete Hegseth, les dijo a sus contrapartes continentales que se vayan preparando para la reducción de la presencia militar estadounidense en el continente. De los 475.000 soldados que llegó a tener en Europa en momentos de la Guerra Fría, se ha pasado a unos 84.000 permanentes. A lo que hay que sumarle casi 40 bases militares, la mayoría en Europa central. “EEUU no nos necesita en términos militares, pero está claro que sus bases en el continente le son de gran ayuda para operar en el norte de África, Oriente Próximo o la propia Europa”, asegura a este diario Sven Biscop, politólogo de la universidad de Gante, especializado en defensa y geoestrategia.
Falta de cooperación europea
Washington sabe lo incómoda que puede ser la falta de cooperación europea en sus misiones militares. Durante la guerra árabe-israelí del Yom Kippur (1973), tanto Grecia como Chipre se negaron a permitir que los cazas y buques estadounidense repostaran en su territorio. Y Turquía se negó a cooperar en la invasión de Irak del 2003 cerrando su espacio aéreo, lo que inhabilitó uno de los flancos de la invasión y obligó al Pentágono a redirigir sus tropas hasta Kuwait. De momento, Europa no ha amenazado con nada semejante, pero se atisban conatos de protesta. Hace solo unas semanas, una compañía noruega se negó a abastecer con combustible a un buque de guerra estadounidense en el mar del Norte por el tratamiento humillación dispensada al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en la Casa Blanca.
“Los puertos y las bases que tenemos en Europa, desde España a Italia, Grecia, Turquía o Alemania, están ahí para nuestro propio beneficio”, dijo recientemente el general retirado Ben Hodges, quien comandara a las fuerzas estadounidenses en Europa hasta 2018. “No están para proteger a los griegos, los turcos o los alemanes”. Los países anfitriones pagan el 34% del coste de las bases, según ‘The New York Times’, pero no acaba ahí la cosa porque la industria militar europea es en gran medida cautiva del mercado estadounidense. Casi dos tercios de las armas de los ejércitos europeos proceden de EEUU.
Dimensión económica y política
Luego está, por supuesto, la dimensión económica. Europa es junto a México y Canadá el principal socio comercial de EEUU, una relación privilegiada que comenzó a establecerse con el plan Marshall para la reconstrucción posbélica del continente. Como contrapartida, Washington obligó a los países receptores a abrir sus mercados a las empresas estadounidenses y a gastar buena parte del dinero del plan en EEUU.
Europa le sirve además para proyectar su influencia política, a través de los valores compartidos, la historia común y el apoyo indispensable europeo al orden internacional que ha sustentado el poder norteamericano desde 1945. No solo suele ser el primero en replicar sus sanciones a terceros países, sino que tiende a alinearse con sus posturas en Naciones Unidas más que cualquir otro bloque regional. De los 10 países que más coincidencia de voto tuvieron en 2023 con Washington en la Asamblea General de la ONU, seis son europeos.
De modo que también EEUU tiene mucho que perder si acaba desacoplándose de Europa, por más que no parezca importarle a la Administración Trump. Un potencial vacío que, según los expertos, será aprovechado por China y Rusia para tratar de expandir su influencia sobre el continente.
Εγγραφείτε για να συνεχίσετε την ανάγνωση