Η διπλωματία της ισχυρής: Η Ουκρανία βρίσκεται στο επίκεντρο της αλλαγής της παγκόσμιας τάξης που οδηγείται από το Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene un discurso sostenido en contra de las guerras. Clama frecuentemente contra los muertos en los conflictos de todo el mundo. En su primer mandato no fue exactamente un presidente pacifista. Puso a Oriente Próximo al borde del caos tras ordenar el asesinato del general iraní Qasem Soleimani. Retiró a su país de los tratados de desarme nuclear. Las tropas estadounidenses siguieron en Irak o Siria y aumentó los bombardeos en Afganistán. Pero, con todo y con eso, ha sido el presidente menos belicoso de la historia reciente. George W. Bush invadió Irak (un millón de muertos). Obama atacó Libia e incrementó exponencialmente los ataques con aviones no tripulados por todo el mundo. Joe Biden envió miles de millones en armas para su guerra de destrucción en Gaza a Israel, ahora investigada como posible genocidio.
Desde que comenzara su segundo mandato el pasado 20 de enero, Trump parece más agresivo, más imperialista. Dibuja una nueva “diplomacia de los fuertes”: hablará solo con aquellos líderes que considere duros y con poder.
Dice que quiere acabar con las guerras de Ucrania y Gaza. Para ello, ha escogido como compañeros de viaje precisamente a los dos líderes sobre los que pesa una orden de busca y captura de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra: el ruso Vladímir Putin y el israelí Benjamín Netanyahu. En la nueva diplomacia americana, se habla con quien tiene al ejército más poderoso, armas nucleares y las mayores posibilidades de ganar. Se ignora a los antiguos aliados, o incluso se les ataca, si se les considera débiles. Así ha sido el caso de Canadá o Europa. Las tradicionales consultas, cumbres y reuniones de trabajo han dado paso a ataques frontales a sus jefes de Gobierno (Keir Starmer, Justin Trudeau, Olaf Scholz), aranceles y lecciones de democracia cargadas de ofensas.
Se avanza hacia una “multipolaridad autoritaria”, un retorno a la importancia del territorio y la geopolítica y “la legitimación de las ‘esferas de influencia’ en detrimento del derecho de los pueblos a la autodeterminación”, opina para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Carlos Corrochano, experto en política internacional.
“El trumpismo marca un cambio de paradigma en la política exterior estadounidense. Aún no puede considerarse una doctrina en el sentido en que lo fueron las de los presidentes Andrew Jackson, Alexander Hamilton, Thomas Jefferson o Woodrow Wilson: en su interior coexisten la improvisación, intereses enfrentados y postulados contradictorios”, asegura el también coordinador de Claves de Política Global. “La mejor definición posible de esta nueva diplomacia es la de un realismo filtrado por la mentalidad de un magnate inmobiliario. Kissinger distinguía dos grandes tradiciones en la política exterior de Estados Unidos: la de Woodrow Wilson, anclada en un compromiso idealista, y la de Theodore Roosevelt, cuya prioridad era preservar un determinado reparto del poder global. Trump es Roosevelt con esteroides”.
Ucrania y Gaza son el plato
Una de las claves de este nuevo estilo negociador de Donald Trump es que siempre desprecia por completo a una de las dos partes en conflicto y se alinea con el argumento de la otra. Al poderoso lo sienta a la mesa a negociar. El débil es el plato a repartir.
En un arranque de ira sin precedentes, Trump ha cargado esta semana contra el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, que hasta hace unas semanas era un protegido de las élites de Washington, tanto la republicana como la demócrata. Le ha llamado “dictador” por no convocar elecciones el año pasado, en plena guerra. Ha dicho que era un cómico de escaso éxito, a pesar de ser uno de los más populares en su país y entre los de habla rusa. Ha exigido que le entregue los derechos de explotación de la mitad de sus recursos minerales, entre otros, a cambio de la ayuda prestada, que además ha exagerado. Si Ucrania quiere paz, ha dicho, debe aceptar perder sus territorios, renunciar a entrar a la OTAN y quitar a un presidente que, dice Trump, es impopular, otro hecho falso ya que tiene una aprobación de cerca del 60%.
“Trump y sus negociadores han arrancado las negociaciones con enormes concesiones iniciales a la Federación de Rusia: han apoyado la narrativa de Moscú de que Ucrania debe hacer elecciones lo antes posible, aunque ahora no sea posible garantizar las exigencias de seguridad para celebrarlas”, aporta en conversación con este diario Maria Kucherenko, analista ucraniana senior de la fundación Come back Alive Ukraine. “Por ello, es imposible en estos momentos llegar a un acuerdo. Sería seguirle el juego a Rusia en unas acciones que tienen como objetivo aterrorizar a la población”.
En Gaza la situación ha transcurrido de manera similar. Trump ha defendido la limpieza étnica de la Franja (la expulsión de los palestinos a Egipto y Jordania) y la toma de control por parte de Estados Unidos para su explotación. En su discurso, la voluntad de los palestinos no existe y tampoco la Autoridad Nacional Palestina, internacionalmente reconocida como legítima representante del pueblo palestino, que además conforma un Estado para 145 países del total de 193 del mundo.
Trump ha llegado así mucho más lejos en la retórica hacia el eterno conflicto de Oriente Próximo que ninguno de los anteriores presidentes. Sobre el terreno, lo cierto es que las políticas de Joe Biden han tenido consecuencias más graves. Con el apoyo sin condiciones del demócrata, Netanyahu ha podido lanzar dos guerras a gran escala sobre Gaza y Líbano, en las que ha matado a más de 50.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, y ha lanzado una oleada de represión en los territorios ocupados de Cisjordania que ha acabado con la vida de unas 1.000 personas más. Trump, por el contrario, ha sido el presidente bajo cuyo mandato Israel ha firmado un alto el fuego a cambio de los rehenes que, por el momento, se mantiene. Sin embargo, si lleva a cabo siquiera una ínfima parte de su discurso sobre el conflicto, la solución de un Estado viable para los palestinos se habrá disuelto por completo.
Incertidumbre sobre las instituciones internacionales
Los países fuertes prefieren instituciones débiles. Así al menos lo ven Donald Trump y su equipo. Lo ha verbalizado su nuevo secretario de Estado, Marco Rubio: “El orden mundial de posguerra no sólo es obsoleto: ahora es un arma utilizada contra nosotros”. Washington ha entrado en rumbo de colisión contra el multilateralismo, representado por las Naciones Unidas y sus instituciones. Y ahí ya se ha pasado de las palabras a los hechos.
La salida de Estados Unidos de los Acuerdos por el Clima de París pone en riesgo la estructura internacional de lucha contra el cambio climático. El abandono de la Organización Mundial de la Salud del país más poderoso y con mayores aportaciones anticipa riesgos de peores pandemias mundiales. Trump ha desmantelado el programa de ayuda humanitaria internacional de Estados Unidos, USAID, lo que ha dejado al borde del abismo miles de programas que mantienen en un inestable equilibrio en los países más pobres, desde la agencia de los refugiados ACNUR a la de los alimentos FAO.
La nueva diplomacia de los fuertes de Trump quiere, por tanto, dibujar las fronteras de Ucrania con Rusia y orillando a Ucrania y a la Unión Europea; o las de Palestina sin los palestinos. Ya definió el futuro del Sáhara Occidental como parte de Marruecos cuando proclamó la soberanía marroquí sobre el territorio que para Naciones Unidas está por descolonizar. Lo siguiente podría ser interferir en la reclamación de Rabat sobre la soberanía de Ceuta y Melilla. O determinar el futuro de Taiwán hablando con su amigo, el poderoso presidente de la República Popular China, Xi Jinping, e ignorando a Taipéi, tradicional protegido de Estados Unidos. El balance de este nuevo estilo de negociación se podrá hacer en 2029 cuando Trump abandone el poder, o bien con un premio Nobel de la Paz en las manos o bien con un mundo en pleno desorden y repleto de guerras vecinales para redibujar fronteras.