Que haya niños y niñas soldados no supone ninguna novedad en los tiempos que corren, con guerras que parecen no tener fin, como siempre. Sin embargo, poco se habla de ellos. Se trata de menores que son forzados a ingresar en grupos armados y obligados a cometer actos atroces. Se desconoce cuántos, aunque los expertos hablan de decenas o centenares de miles. Y el , a pesar de que la justicia internacional considera esta práctica un crimen de guerra.
Los hay en Asia, Oriente Próximo, América Latina, pero sobre todo en África, el continente que concentra el mayor número de conflictos armados en el mundo, los más olvidados. El próximo mes de mayo se cumplen 25 años de la adopción por parte de la Asamblea General de la de menores de 18 años. En algunos países siguen siendo papel mojado.
El secuestro es la práctica más habitual en este tipo de reclutamiento. A los menores los arrancan a golpes de sus hogares, los trasladan a campamentos donde son adoctrinados y les enseñan a combatir y a matar. En algunos casos y como rito de iniciación se les obliga a asesinar a un miembro importante de la familia, al padre, al hermano. El objetivo es que rompan todo vínculo afectivo. Su nueva familia es desde entonces el grupo armado, liderado por el señor de la guerra de turno.
Tareas específicas
A cada uno de ellos se le asigna una tarea específica. Desde luchar en primera línea, como carne de cañón, ser espías, guardaespaldas de los mandamases o porteadores de munición y comida. Las niñas sufren además agresiones sexuales, son vendidas como esclavas o entregadas como trofeo a los combatientes más crueles.
Las experiencias traumáticas vividas por los menores soldados aparecen en numerosos informes, reportajes periodísticos y libros. Son testimonios escalofriantes. “Cuando estaba bajo los efectos de las drogas solo veía sangre roja, y entonces sentía unas enormes ganas de matar…Durante un ataque rodeamos un campamento de soldados nigerianos de las fuerzas de pacificación y capturamos a siete. El comandante nombró a quienes debían utilizar el machete para abrirlos en canal y sacarles el hígado y el corazón. Yo maté a uno… No había elección: te mataban si te negabas. Como teníamos hambre, nos comimos las vísceras con pollo y arroz… Tras recibir un botón (ascenso de rango), ya no tenía que matar a los prisioneros. Los más pequeños lo hacían por mí y yo solo me los comía..,”. Este es uno de los relatos que aparecen en el libro , del fotoperiodista español Gervasio Sánchez.
El trabajo recoge la historia del entonces misionero javeriano Chema Caballero, la persona que se hizo cargo del primer centro de acogida, rehabilitación y reinserción de niños soldado del mundo. Abierto en 1999 en Sierra Leona, país entonces en guerra, acogió a unos 3.000 menores. Caballero, que hace años colgó el hábito, reconoce que aún hoy tiene “pesadillas por todo lo vivido”.
La guerra como un “juego”
“Está demostrado psicológicamente que los niños no ven el peligro como sí lo hacen los adultos”, afirma para explicar porque los señores de la guerra quieren chavales en sus filas. “Eso hace que puedan ser más bestias en los combates”, añade. Además de aprender rápido y ser ágiles en la batalla, los menores son “obedientes y ven la guerra casi como un juego”. Los efectos de las drogas hacen que “casi no sienten ni dolor ni cansancio”. El exmisionero, hoy consultor de oenegés en África, sostiene además que hay un componente económico. “A un niño no se le paga, le das un poco de comida, le vistes y ya está”.
La rehabilitación de los menores es larga y compleja. Padecen estrés postraumático, depresión, ansiedad y disociación, entre otras muchas secuelas psicológicas, a parte de las físicas. Caballero todavía mantiene contacto con muchos de ellos que han logrado “salir de la violencia y llevan ahora una vida digna”, aunque lamenta que hoy en día haya muy pocos centros como el que dirigió en Sierra Leona.
“No hay dinero. La cooperación siempre se mueve por modas”, dice. Al antiguo misionero le consta que algunos de los menores que llegan en barcazas a España huyen de sus países para evitar ser cazados por los grupos armados.
Condena internacional
Al menos tres señores de la guerra han sido juzgados y condenados por la justicia internacional por reclutar a niños, entre otras acusaciones. Caballero participó en el juicio contra , el expresidente de Liberia, que actualmente cumple condena de 50 años. Ese mismo año, el 2012, la Corte Penal Internacional (CPI) envió a la cárcel al congoleño .
Tras cumplir su condena, a los grupos armados de su país. Un caso singular es el del ugandés , condenado a 25 años de cárcel. Ongwen fue un niño soldado que fue secuestrado cuando tenía 12 años por el grupo guerrillero que, pasado el tiempo, lideró.
“Mientras haya guerras habrán niños soldado”, dice Caballero. “Las guerras en África responden a intereses económicos. Diamantes, oro, coltán, petróleo, tráfico de drogas y personas y ventas de armas”, añade. “Hay personas y empresas con el poder suficiente para detener esas guerras. Ellos también deberían ser juzgados por los tribunales internacionales”, finaliza.
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